El ‘task masking’ es una represalia contra la idea de que la presencia equivale a productividad.
Cruzas la oficina con paso decidido, portátil en mano, hacia la primera de las muchas reuniones que tienes programadas para el día. De vuelta en tu escritorio, repleto de documentos impresos y bolígrafos de la empresa, te encorvas sobre la pantalla, con el teclado repiqueteando.
Tal comportamiento podría asemejarse al de un analista junior presionado por cumplir un plazo. Sin embargo, según las redes sociales, estas son también las señas de identidad del último mecanismo de defensa de la Generación Z: el task masking, o fingir que están trabajando mucho, cuando en realidad no hacen casi nada.
Mientras los empleadores endurecen las exigencias sobre el trabajo presencial, los influencers en TikTok e Instagram muestran a sus seguidores cómo engañar a sus jefes para que piensen que están ocupados.
Los consejos van desde trucos clásicos, como llevar siempre algo en la mano -antes una carpeta destartalada, ahora un portátil destartalado- hasta la técnica moderna de cambiar rápidamente entre pestañas de Chrome. Algunos recomiendan la ingeniosa estratagema de George Costanza en Seinfeld de parecer permanentemente irritado, o el reto más rebuscado de encorvar la espalda en forma de C, porque nada denota una concentración intensa como una mala postura.
El concepto no es nuevo. Es como ir al dispensador de agua cinco veces al día, pero adaptado a la era digital. Pero la motivación ha cambiado. El task masking no es un indicativo de la pobre ética de trabajo de la Generación Z. Al contrario: es un intento desesperado por conservar el empleo, aunque la fachada que presentan los trabajadores no conduzca necesariamente a un mayor rendimiento.

Más que una nueva forma de escaquearse, el task masking es una respuesta basada en el miedo a las presiones del entorno laboral moderno, según Amanda Edelman, directora de operaciones del Gen Z Lab de la compañía de comunicación Edelman:»Los miembros de la Generación Z están hablando entre ellos sobre cómo asegurarse de que son lo más productivos posible, y de que parecen lo más productivos posible, para no ser despedidos o reemplazados por la IA».
Una investigación del Gen Z Lab de Edelman reveló que el 37% de los trabajadores de la Generación Z teme perder su empleo, más que cualquier otra generación. Aproximadamente el 60% no confía en encontrar un buen trabajo este año.
«Sería un tópico decir que los jóvenes son vagos», dice David Wreford, socio de Mercer, quien asegura que «tenemos que pensar hasta qué punto se ha producido una ruptura en el pacto entre los jóvenes de hoy y la promesa del trabajo».
Coincide con Gabrielle Judge, de 28 años, cuyo contenido «anti-trabajo» en redes sociales cuenta con más de 500.000 seguidores entre Instagram y TikTok: «Los Baby Boomer fueron los que más se beneficiaron del mundo corporativo estadounidense. Era una meritocracia. A nosotros no nos criaron con ese mismo optimismo. Nuestros padres, la Generación X, fueron simplemente demolidos por los acontecimientos. Vivieron el 11-S, la crisis financiera de 2008… La gente de la Generación Z piensa: ‘Bueno, ya sé que el trabajo no va a cuidar de mí’.
Entonces, ¿cómo pueden los altos directivos remediar esta creciente desconexión con sus trabajadores más jóvenes y evitar que recurran al task masking?

Una forma es asegurarse de que las exigencias de estar físicamente en la oficina no se consideren inútiles. El task masking es, en cierto modo, una represalia contra el presentismo que cuestiona la idea de que presencia equivale a productividad.
También es útil que los directivos consideren esta tendencia en el contexto del escaqueo más tradicional: como un problema de compromiso de los empleados.
«Establecer normas de trabajo requiere una conversación continua entre la dirección, el liderazgo y los empleados», dice Caitlin Duffy, de Gartner. Eso incluye conversaciones difíciles sobre el rendimiento. Pero también significa establecer expectativas y objetivos claros, y apoyar a los compañeros para que los cumplan y busquen nuevas responsabilidades. «Una cosa que los jefes pueden hacer es reconocer las contribuciones y capacidades de los empleados de forma más intencionada… especialmente ahora, con esta presión por la productividad».