‘Estar ocupado’ aún se mantiene como sinónimo de éxito profesional, pero casi siempre conduce a un estado de ansiedad, estrés e ineficiencia que daña la faceta profesional y la personal. La cultura del esfuerzo vinculada al ‘hacer’ puede dificultar la desconexión cuando toca descansar. Las vacaciones son una oportunidad para entrenar otros hábitos y huir del ‘síndrome de la vida ocupada’.
Si frases del tipo ‘no me da la vida’ o ‘no tengo tiempo para nada’ forman parte de su jerga habitual está a las puertas del síndrome de la vida ocupada. Teniendo en cuenta que un profesional español dedica una media de 1.600 horas anuales al trabajo, vivir con esta jerga entra dentro de la lógica, pero no es tan común cuando ese afán por el trabajo excede ese número de horas, y ni siquiera las vacaciones pueden romper con esa rutina laboral que, en cierto modo, se convierte en una adicción. El último Estudio de Bienestar y Salud Laboral en España elaborado por Edenred, revela que el 13,4% de los encuestados reconoce atender llamadas o mensajes de manera habitual fuera del horario laboral, mientras que un 51,3% lo hace ocasionalmente. Sólo un 35,2% afirma desconectar por completo.
La fatiga y el cansancio constante, físico y mental, la dificultad para desconectar o relajarse, el estrés y la ansiedad, el insomnio y el alto nivel de autoexigencia y perfeccionismo son algunas de las alarmas del síndrome de la vida ocupada. Así lo cree Antonio Rodríguez, CEO & fundador de 55 grados, quien afirma que es importante detectar a tiempo éstas y otras señales que conducen sin remedio al deterioro de la salud física y mental: «La principal de todas sería percibir el sentimiento de culpa que nos invade cuando consideramos que podríamos hacer más de lo que hacemos, o cuando tenemos la sensación de que por muchos asuntos que resolvamos siempre nos queda algo pendiente, o que podríamos haber sido más productivos».
Otra de las alarmas que nos alertan es la que identifica Marta Romo, socia directora de Be-Up: «Cuando respondemos automáticamente ‘estoy súper ocupada’ cada vez que alguien nos pregunta cómo estamos, como si fuera nuestro nuevo estado de identidad. ya no estamos haciendo una descripción temporal de nuestra agenda, sino que se convierte en parte de quiénes somos». Romo subraya algo que puede ser mucho más grave: «La culpabilidad cuando no hacemos nada».

Existe otro matiz importante que señala Paco Muro, CEO de Otto Walter: «Estar permanentemente híper ocupados no es alto rendimiento, es alto desbordamiento, y así nadie rinde mejor. En esa vigorexia ejecutiva necesitamos estar a tope y sentir el estrés de estar en carrera continua. Si no sabemos parar, si no somos capaces de hacerlo, vivimos en aceleración constante, nos ocupamos y ocupamos a nuestro entorno por pura necesidad de alboroto laboral, tendemos a acaparar demasiado y a creernos que tiene que ser así».
Las vacaciones son el momento de no hacer nada pero… ¿se siente incapaz de ello?
Los síntomas
Las personas que se definen a ellas mismas por lo que hacen y no por lo que son – ‘soy abogado’, ‘soy auditor’- no sólo describen su profesión, sino su ser completo, lo que son. Asocian su valor como persona a lo que hacen, síntoma inequívoco de que llena su vida. Viven en constante movimiento laboral, una actividad que no cesa cuando llega el momento de parar. «Muchas personas sienten un vacío incómodo cuando descansan o cuando la agenda se libera, porque han vinculado su valor personal con la productividad», afirma Xeila Fernández, CEO y fundadora de Elevare88.
Añade que, «esa necesidad constante de estar haciendo, sumada a una autoexigencia desmedida, puede llevarnos a una trampa silenciosa de la que es difícil salir si no tomamos conciencia a tiempo». Rodríguez advierte de que descartando momentos de picos de trabajo, lo que sucede es que recurrir a expresiones del tipo ‘no tengo tiempo para nada’, «son el resultado de un aprendizaje erróneo inculcado por la creencia de que una persona ocupada permanentemente o multitarea -síndrome de las ventanas abiertas-, es más productiva, más importante o más exitosa en general y en el ámbito laboral en particular«.
Los expertos coinciden en que esta situación no suele estar ligada a una carrera de éxito, sino a un problema de gestión del tiempo, «de no saber distinguir lo urgente de lo importante, de no saber delegar, de procrastinar o de demorar tareas pendientes, de comenzarlas y no acabarlas», añade Rodríguez, quien matiza que «comenzar tareas para no acabarlas y volverlas a retomar más tarde supone un gasto del 9% del tiempo total de finalización».
Estar ocupado no es sinónimo de hacer más. Leslie Perlow, profesora de Harvard, investigó sobre el tiempo de inactividad predecible –predictable time off-. En un estudio con el Boston Consulting Group demostró que obligar a los equipos a tener tiempo libre forzoso y desconectado, por ejemplo, una noche a la semana sin revisar emails, no sólo mejoraba el equilibrio vida-trabajo, sino que también aumentaba la productividad, la comunicación y el aprendizaje dentro del equipo.
Marta Romo explica que «la diferencia entre estar realmente ocupado y padecer el síndrome es la relación emocional que establecemos con la ocupación. La carencia de tiempo libre se ha convertido en algo de lo que presumir, en una especie de símbolo de estatus«. Menciona otro estudio, esta vez de la Universidad de Columbia en colaboración con Harvard, que demostró que mostrarse muy ocupado influye positivamente en cómo nos perciben los demás. El problema surge cuando interiorizamos esta percepción y comenzamos a necesitar estar ocupados para sentirnos valiosos».
Los cambios
¿Qué ha cambiado en nuestra sociedad para que ‘estar ocupado’ sea sinónimo de éxito? Paco Muro cuenta que su madre, con cinco hijos en casa, estaba siempre a tope: «Todo estaba siempre perfecto y al día, pero nunca la vi queriendo exhibir protagonismo por estar siempre ocupada. Simplemente lo hacía, se ocupaba, y ese es el éxito silencioso que siempre logró». Entonces, y también ahora, no había un reconocimiento social por lo que Muro califica de «una ocupación tan elevada, intensa y valiosa». Aunque subraya que «en el presente, ser ejecutivos súper atareados, todo el día de aquí para allá, con reuniones continuas, es súper pro. Pero no necesariamente… Dependerá del resultado de ese esfuerzo, y del equilibrio que genera en el entorno. El gran problema es que aún hay demasiada cultura del esfuerzo que hace ruido, y se premia la sobreactividad por sí misma, por falta de calidad de dirección, de control y de seguimiento«.
Hacer ruido no siempre es sinónimo de hacer más. «Estar siempre ocupado no debería ser sinónimo de éxito», afirma Rodríguez. A su parecer lo que tal vez ha cambiado es el desarrollo tecnológico, la aparición de las redes sociales y el exceso de información: «Antiguamente no existía el teletrabajo. Al terminar la jornada laboral se producía una desconexión total. No existían los móviles u ordenadores personales que nos vinculan con obligaciones permanentes: al tomar vacaciones y volver de ellas, realmente había habido una desvinculación. Luego, con la aparición de los primeros teléfonos inteligentes, los empleados a los que se les entregaba una blackberry parecía que eran los importantes de la empresa, y aquello comenzó a ser lo que ha venido después».
El regreso de los ‘yuppies’
El yuppie de la década de 1980 reflejado en Gordon Gekko, personaje interpretado por Michael Douglas en la película Wall Street, dirigida en 1987 por Oliver Stone, sigue vigente como prototipo del profesional súper ocupado. Convertida ya en un clásico del cine, Romo recuerda que ese ejecutivo se estableció entonces como arquetipo del éxito, «y, curiosamente, en lugar de evolucionar hacia modelos más sostenibles, lo hemos digitalizado y amplificado». Según Romo, la hiperconexión tecnológica ha sido un catalizador brutal: con el tiempo que pasamos en redes sociales hemos llegado a un punto en el que incluso nuestro tiempo libre se ha colonizado con actividad constante. Ya no descansamos ni siquiera cuando descansamos«. La experta habla de un mundo híper en su libro Hiperdesconexión -editado por Roca Editorial, sale a la venta en septiembre-, en el que menciona las características de lo que define como nuestra nueva normalidad: «El mundo SISISI: superficial e inmediato, sensible e irreflexivo, sobrecargado e inactivo».
Lamentablemente, como dice Xeila Fernández, aún ahora se glorifica la agenda llena. Sin embargo, recuerda que «muchas personas llegan a lo más alto profesionalmente o logran lo que soñaban… y aun así se sienten vacías o desconectadas de ellas mismas. Esto sucede porque el concepto de éxito sigue estando demasiado vinculado con la productividad y con los logros externos, dejando de lado el bienestar integral, la autenticidad o la calidad de vida». Para salir de ese bucle propone aprender a identificar lo que realmente importa y pulsar esa tecla que nos permite hacer menos, pero con más impacto: «Aplicar principios como el de Pareto -el 20% de las acciones que generan el 80% de los resultados- nos ayuda a salir de esa trampa de la ocupación crónica y a entrar en un modelo de productividad consciente y sostenible».

El precio de la ‘fama’
El síndrome de la vida ocupada tiene un coste del que muchos profesionales son conscientes cuando ya es demasiado tarde. Como recuerda Antonio Rodríguez, «aunque inicialmente ocultos, tarde o temprano darán la cara y se pondrán de manifiesto». Explica que una agenda llena sobre carga nuestro cerebro, «que responde enviándonos señales de estrés y de ansiedad», y que tiene sus consecuencias: «Estar pendiente de varias cosas a la vez, acaba con nuestra concentración y su ausencia casi siempre lleva a no hacer bien las cosas al no estar presente en el aquí y en el ahora: proyectamos hacia el futuro los pensamientos del presente, y el futuro nunca llega, porque permanentemente lo desplazamos, y esto afecta a la memoria, a la reducción de eficiencia y a la productividad». Rodríguez confirma que hacer más no es sinónimo de ser más eficiente.
No obstante, Paco Muro recuerda que hay personas que funcionan bien en modo híper activo: «La clave es que eso nos haga felices y esté bien coordinado con los demás». Pero matiza que una cosa distinta es «cuando ese esfuerzo continuad nos consume, nos lleva, no es lo que realmente queremos, pero no sabemos parar. Algunos ya ni pueden parar porque acaba convirtiéndose en una adicción en toda regla, y la adicción domina al adicto. Lo primero que nos roba es la voluntad, por eso ya no podemos parar, y nos llevamos por delante nuestra propia vida, la de nuestro entorno, la salud, el rendimiento, y a veces el propio prestigio«.
Marta Romo señala que también afecta a la toma de decisiones: «La fatiga mental nos lleva a tener un juicio deficiente y dificultades de autocontrol. Cuando estamos constantemente sobrecargados recurrimos a decisiones automáticas e insights cognitivos que no siempre son los más acertados. Es lo que algunos investigadores llaman decisión por agotamiento».
Dime cómo trabajas…
Cabe preguntarse si cambiar el modelo de trabajo -a remoto, presencial o híbrido- puede reducir o anular ese síndrome. «Puede ser transformador, pero no es suficiente», afirma Romo, quien recuerda que la cultura en la empresa también es importante: «El verdadero cambio sucede cuando las organizaciones comprenden que empleados descansados y equilibrados no sólo son más creativos y productivos, sino que también generan culturas más sostenibles y atractivas para el talento. Es una inversión, no un gasto».
Antonio Rodríguez coincide en que un cambio de modelo de trabajo que integre e intensifique la flexibilidad de horarios, la conciliación, el bienestar, el clima y la salud laboral podría ser una solución, pero tiene que empezar antes: «Hay que comenzar con la modificación de normas sociales y culturales en las que la productividad no vaya asociada al éxito, y que eliminen la idea de que ser productivo es sinónimo de ser valioso».

Los deberes del verano
Antonio Rodríguez, CEO y fundador de 55 grados, asegura que ‘estar ocupado’ «es un mecanismo de defensa para no pensar, para ocultar miedos subyacentes, como el miedo a estar solo, al vacío -‘síndrome de la vida vacía’-, al aburrimiento, a evadirse de problemas, a la búsqueda de reconocimiento y recompensas externas y autoestima baja, entre otros». Indica que el 20% de la población padece el ‘síndrome de la vida ocupada’, y para escapar de esto propone:
- Planificar el tiempo personal y laboral estableciendo prioridades que distingan entre lo urgente y lo importante.
- Desarrollar límites hacia los demás y hacia uno mismo. Aprender a decir ‘no’: estar siempre disponible perjudica nuestra salud mental, nuestras relaciones y a nosotros mismos.
- No cargar la agenda con actividades continuas durante todo el día y, sobre todo, dejar espacio de al menos media hora entre una y otra que permita desvincular, llegar a tiempo o preparar la siguiente tarea.
- Desconexión digital. No atender a todas las llamadas, a todos los grupos de WhatsApp, no mirar constantemente el teléfono o estar pendiente del portátil.
- Renunciar a la conectividad constante, a la omnipresencia de dispositivos tecnológicos o redes sociales que nos llevan a estar permanentemente accesibles o recibiendo continua información.
- Descubrir la importancia del autocuidado, la autocompasión y el desarrollo de técnicas de bienestar. La ‘pirámide de Maslow’ nos dice que en la base de todo está una buena alimentación y un buen descanso.
- Aprender a disfrutar del presente, de lo que hacemos en cada preciso momento, sin estar pendientes de lo que nos queda por hacer en el futuro.
- No vivir en ‘piloto automático’, es decir, actuar sin estar realmente en lo que hacemos, sin tomar decisiones conscientes y sin experimentar plenamente lo que sucede a nuestro alrededor.