Medir el nivel de conexión a la tecnología y a los dispositivos móviles es un buen ejercicio para conocer hasta qué punto estamos dejando de lado una desconexión necesaria para crecer como personas y profesionales.
Interactuamos con nuestro móvil una media de 85 veces al día. Y el 91% de usuarios nunca sale de casa sin su teléfono. Marta Romo, CEO de Be Up, ilustra así el nivel de conexión que existe en la rutina diaria. Aporta además otro dato: «Desbloqueamos nuestro dispositivo sin un motivo, sin un para qué. Esto no es casual: refleja una dependencia emocional, un enganche. Podríamos afirmar a la luz de la neurociencia que el mero hecho de coger el móvil y desbloquearlo es mucho más emocionante que el contenido que consumimos después«.
Pedagoga especializada en neurociencia cognitiva y autora de Hiperdesconexión (Rocaeditorial), Romo aún va más lejos para visibilizar esa conexión que forma parte de nuestra vida y conduce a una actividad frenética, inimaginable hace apenas una década: «La hiperactividad puede ser, en realidad, una forma de huida. Hacemos mucho para no pensar, para no sentir, para no enfrentarnos a lo que realmente importa. Desde mi punto de vista, no se trata de demonizar la tecnología -aunque tiene su parte de culpa- sino de entender que el estilo de vida, el ritmo que llevamos de hiperproductividad nos está agotando, fragmentando en trocitos… Y esto también nos lleva a buscar una anestesia, un refugio donde desconectarnos y no pensar. Por eso la conexión permanente al móvil es más una consecuencia de cómo estamos por dentro». ¿Nos lleva la conexión extrema a una desconexión extrema de nuestra realidad?
La inmediatez
Al estar continuamente conectados caemos sin remedio en la trampa de la inmediatez. Agustín Peralt, experto en gestión del tiempo y creador del Método FASE -Foco Energía Sistematización Energía-, explica que uno de los grandes detonantes de esa conexión es «confundir que contestar rápido es un signo de profesionalidad cuando realmente es una falsa sensación de que estoy en todo y se puede confiar en mí». En segundo lugar menciona a las compañías que crean las aplicaciones y soluciones tecnológicas: «Dominan la forma de captar nuestra atención, incluso en momentos en los que desearíamos estar concentrados en alguna tarea importante. Sus profesionales están premiados por alargar nuestra conexión tecnológica y dominan cómo captar a nuestro sistema límbico».
En último lugar, Peralt habla de la presión social por estar y parecer disponibles: «Nos gusta agradar a los demás y que nuestro manager, nuestro equipo y compañeros sientan que estamos siempre ON». Un cóctel explosivo al que pocos profesionales son ajenos y que conduce, inevitablemente, a la necesidad de estar alerta a todo lo que viene de fuera, a la sobreestimulación.
La trampa
La tecnología es una herramienta definitiva que contribuye a aumentar nuestra productividad y rendimiento, pero también roba nuestra atención cuando la actividad profesional ha terminado. «El problema es que antes veíamos en las redes lo que compartían nuestros amigos. Ahora es el algoritmo el que decide, seleccionando lo que le gusta a la mayoría de la gente. El contenido, profundo o no, es muy bueno desde el punto de vista del enganche, porque está pensado para ello. Ese es el verdadero problema. La solución es renunciar a estar todo el día hiperexcitados, o bien encontrar eso que nos llena sin necesidad de estímulos externos», explica Jesús Alcoba, director creativo en La Salle Campus Madrid.
Esa conexión dirige a la desconexión interna. «Las redes sociales son un triste escaparate que esconde mucha soledad. La conexión permanente genera, paradójicamente, fragmentación social y aislamiento humano», afirma José Manuel Chapado, CEO de Éthica. Para caer en la evidencia de ese hecho, propone leer los datos: «No se conoce bien lo que no se mide. Una herramienta muy útil que nos proporciona la propia tecnología es saber cuánto tiempo pasamos a la semana usando el móvil. La media diaria asusta. La mayoría se sorprende al conocer el dato. Incluso les cuesta reconocerlo, pero estamos ante un dato. Es así, lo creamos o no».

Gestionar
La buena noticia es que esa tecnología que atrapa es la herramienta de la desconexión. Para distinguir entre el buen y mal uso, Alcoba sugiere una pequeña regla: «Si te hace daño es malo. Si te hace sentir ansiedad o depresión, es malo. Si impide tu concentración o productividad, es malo. Si piensas que estás abusando, es que seguramente es malo. Uno de los mejores antídotos es limitar el uso, por ejemplo eliminando las notificaciones. O no llevarse el móvil a la cama. O silenciarlo cuando vamos conduciendo». Peralt añade la posibilidad de recurrir al modo avión o «no molestar», o a los bloqueadores de aplicaciones: «Es clave diferenciar tanto en la vida profesional como personal en qué momentos vamos a estar conectados a la tecnología y en qué momentos vamos a estar intencionalmente alejados de ella». Romo afirma que «para desconectar, más que pensar en apagar dispositivos -que también es necesario de vez en cuando- la clave es reconectar con lo esencial».
Frenar
Permanecer ajeno, con conciencia, a un mundo en constante movimiento que se retroalimenta a cada momento es el gran desafío. Chapado explica que si nos imponemos una velocidad absolutamente ajena a lo que nos rodea es algo así como bajarse del mundo, pero no nos vale si queremos formar parte de él, interactuar con nuestros semejantes e influir en los que nos rodean: «Se trata de asumir la velocidad del mundo que nos rodea sin apearse del tren, pero viviendo internamente una sensación de serenidad y aceptación».
Según Peralt, el desarrollo tecnológico no va a parar, pero nosotros podemos poner límites a su uso: «Es posible ser un gran profesional, una buena pareja, un gran amigo, sin necesidad de estar disponible todo el tiempo. Trabajar con atención plena en temas complejos sin interrupciones siempre aporta más valor que estar continuamente disponible«.
Las recetas para ser libres
Para gestionar la hiperactividad sin renunciar al mundo en el que vivimos, Marta Romo, socia de Be Up, propone el siguiente ejercicio:
- Recuperar la capacidad de liderar la atención. Las distracciones no son el enemigo, son un mensaje de nuestro cuerpo que pide algo: descanso, motivación, sentido (tracción). El mero hecho de reconocer qué necesitamos ya diluye la distracción.
- Recomponer nuestra memoria. No es un archivo de información, sino el mapa de nuestra identidad y la base para la creatividad. Sabemos que existe el llamado ‘Efecto Google,’ que consiste en el impacto negativo que tiene en nuestro funcionamiento cerebral el mero hecho de saber que estamos almacenando algo en un dispositivo. La consecuencia es que se reducen nuestras capacidades cognitivas, y dejamos de esforzarnos por estar presentes.
- Escuchar las emociones. Las emociones surgen de la interpretación que hace nuestro cerebro de las sensaciones corporales en relación con lo que sucede a nuestro alrededor, un proceso llamado ‘interocepción’ que funciona como una brújula interna. Sin embargo, la exposición constante a estímulos externos y la falta de momentos de pausa genuina están alterando nuestra capacidad de escuchar adecuadamente esas señales del cuerpo.
- Conectar con los demás. Cuanto más conectados estamos digitalmente, más desconectados de los demás. El otro se ha convertido en una interrupción, no tenemos tiempo para empatizar, para mirarnos a los ojos… Nuestras relaciones no son completas, no hay intimidad y eso nos agota.
- Cuidar nuestro cuerpo. Nos hemos acostumbrado a levantarnos cansados, a estar sentados durante horas, a estar inflamados. La desconexión de todas esas señales corporales nos impide acceder a los marcadores somáticos que, como describió Damasio, resultan esenciales para tomar decisiones y procesar las emociones de una forma más saludable.

